3/9/09

"La Malicia" (Reflexion Biblica)

Hola a todos quienes me permitieron agradecer sus comentarios, a todos gracias. Me asunte bastante tiempo pues tenia proyectos fuera de la red, así que el tiempo no me permitía publicar. Quiero que este espacio crezca, estoy en ello pero sin duda necesito de todos.

Hasta pronto, mis mas cordiales saludos, con afecto... Ángel.
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Cuentan de un príncipe indio que tenía un tigrecito amaestrado con el cual se divertía mucho, como si fuera un gatito. Entre otros juegos que hacía estaba el salto del brazo: el príncipe lo extendía y el animal saltaba por encima. Un día, jugando en el jardín, quiso la desgracia que al bajar el brazo se diera con la mano en la esquina de una mesa y brotara la sangre. El joven dio a lamer la sangre a su compañero de juegos... y el grato sabor despertó en la fiera sus instintos sanguinarios, por lo que, saltando de improviso a la garganta del príncipe, le hirió mortalmente. Pasados los años de la infancia, uno descubre inclinaciones torcidas en uno mismo y en los demás; descubre la malicia: que dadas unas circunstancias, las pasiones se encienden, como se encendieron las tendencias animales en el tigre del cuento, y que, si uno se deja llevar por esas tendencias, después se avergüenza y se arrepiente.
Y esto, ¿por qué sucede? Antes te decía que hemos de conocer lo que realmente es la persona para obrar en consecuencia. Nos dice la Sagrada Escritura en el Génesis que Dios, después de crear al hombre y a la mujer vio que era muy bueno lo que había creado. Es decir, las personas hemos salido buenas de las manos de Dios: Adán y Eva iban desnudos en el paraíso y tampoco le daban mayor importancia porque el cuerpo con sus tendencias naturales estaba ordenado según el orden del espíritu, y cuerpo y alma estaban ordenados hacia Dios. Pero sucedió un hecho que vino a trastocar todo: el pecado original. Rota la relación del hombre para con Dios, se desordenaron las tendencias del cuerpo: desde entonces el hombre tiene dolores, le cuesta hacer el bien,... Entonces Adán y Eva descubrieron la malicia en su mirada.
Dice a continuación el Génesis que, nada más cometer el pecado se dieron cuenta de que estaban desnudos y se cubrieron con unas hojas de higuera. Descubrieron que la mirada del otro ya no era la misma, inocente y pura, ya no le miraba a los ojos -que son el espejo del alma-, sino a su cuerpo; y para que esa mirada entenebrecida no se aplastara contra uno, sentían la necesidad de cubrirse. El pudor pasó a ser una exigencia natural de la persona. Lo natural ya no era ir desnudos. Algunos pueden preguntarse: ¿por qué no se puede ver un desnudo?, ¿acaso no se puede saber de todo?, ¿acaso el sexo no es algo natural? Todas esa preguntas tienen su parte de verdad, efectivamente, porque el cuerpo -y en concreto el sexo- en sí mismo no es algo malo, pues ha sido creado por Dios para su finalidad propia.
Pero lo que está claro es que sería una ingenuidad hablar del sexo o mirar indiscriminadamente sin saber nuestra realidad, es decir, que hemos nacido con pecado original y no somos ángeles; que la malicia está escondida en nosotros. ¿No es cierto que al hablar del sexo o mirar una fotografía procaz se busca algo más que el hecho de saber? No podemos ser ingenuos, porque este no es un tema neutro, del que se deba tratar sin sentido común y sentido sobrenatural, porque a uno le puede suceder algo semejante a lo que le sucedió al príncipe que tenía el tigre.

29/7/09

Las Emociones, propician los comportamientos Éticos.

- Permitanme citarles el siguiente articulo de investigacion, realizado por una exelente amiga, que por supuesto le doy su merecido puesto y lugar aqui mismo. (José Ángel M.G.)
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Autora: Yaiza Martínez
Un nuevo estudio descubre que la reflexión nos hace menos altruistas ...
Un equipo de psicólogos canadienses de la Universidad de Toronto ha descubierto a partir de una serie de experimentos que las decisiones más éticas se toman a partir de los sentimientos. Por el contrario, los procesos de deliberación parecen frenar los impulsos morales, propiciando que busquemos resultados tangibles en nuestras acciones y, por tanto, que seamos menos altruistas. Los resultados de estos experimentos contradicen las ideas de pensadores de todas las épocas, como Platón, que afirmaron que las decisiones morales eran fruto de la razón.
Un equipo de investigadores de la Rotman School of Management de la Universidad de Toronto, en Canadá, ha descubierto que las decisiones éticas son más intuitivas que racionales. Aunque se suele creer que la ética implica a la razón y que es un atributo humano libre de emociones, Chen-Bo Zhong, director del estudio, y sus colaboradores han constatado que cuando acometemos cualquier acto de caridad somos más generosos si nos dejamos llevar por nuestros sentimientos, que si nos paramos a pensar en lo que vamos a hacer.

Mentir o tratar bien a los demás
Según sugieren los investigadores en la revista Canada.com, este descubrimiento tendría implicaciones para casi todo, incluida la economía, dado que muchos de los modelos de negocio están basados en frías ecuaciones y análisis.

En una serie de experimentos, se pidió a los participantes que consideraran una decisión, bien racionalmente –ignorando sus emociones- bien en función de sus sentimientos más viscerales.
En ambos casos, las decisiones presentadas implicaban mentir o tratar bien a otra persona. El voluntario que tomaba las decisiones sabía que podría sacar algún beneficio a expensas del otro.
Los resultados fueron los siguientes: un 69% de los participantes que se detuvieron a pensar racionalmente optó por engañar a su compañero; mientras que sólo el 27% de los participantes a los que se pidió que actuaran siguiendo sólo sus sentimientos optaron por engañar en lugar de hacer el bien.

Altruismo y lenguaje
En un experimento aparte, a los participantes se les hicieron dos tipos de preguntas: “¿qué cantidad de dinero decidirían donar?” o “¿qué cantidad de dinero les gustaría donar?”, ante una misma situación altruista. Según Zhong, esta ligera diferencia en la forma de preguntar, este pequeño cambio en el lenguaje, puso en marcha actitudes mentales diferentes, con resultados distintos: el grupo al que se le preguntó que “decidiera” cuánto dinero dar donó mucho menos dinero que el grupo que donó en función de sus propios deseos o sentimientos.

La conclusión extraída por los científicos es que los procesos de deliberación tienden a enfocar nuestros actos en la consecución de resultados tangibles, reduciendo tanto las emociones como la compasión. A pesar de esta constatación, la investigación de Zhong y de su equipo reveló también que aunque pensamos que vamos a ser mejor tratados por aquéllos que se dejan llevar por sus emociones, paradójicamente tendemos a querer hacer negocios con personas racionales.
Así, cuando se les preguntó a los voluntarios a qué tipo de persona eligirían para participar en pruebas económicas, más de tres cuartos de ellos –un 75%- optaron por un compañero más “lógico”, en lugar de por un compañero instintivo.

El papel del razonamiento consciente ha sido desde siempre asociado a una ética superior: Platón en la Antigüedad, y otros pensadores de los siglos XVII y XVIII, como Cudworth, Cumberland o Clarke coincidieron en opinar que las decisiones morales eran fruto de la razón.
Sin embargo, según los experimentos realizados parece que cuanto mayor sea el tiempo de deliberación menos éticas son nuestras decisiones. Otro descubrimiento interesante derivado del estudio surgió del análisis posterior de los resultados obtenidos. Entonces, los científicos apreciaron la aparición de un mecanismo subyacente más complejo, en las acciones de los participantes.

Ética compensatoria
Concretamente, aquellos voluntarios que realizaron una primera acción de alto contenido ético, se comportaron de manera significativamente menos ética en las siguientes actuaciones.
Por el contrario, los participantes que inicialmente fueron poco éticos, en las siguientes decisiones siguieron un comportamiento mucho más ético. Según los científicos, este último hallazgo podría proporcionar una base para un modelo que llamamos, Etica Compensatoria. (Se citara mas adelante).

27/7/09

"El ejercicio del Dicernimiento"

Escrito y publicado por: José Ángel M.G

Todo aquél que se sumerge en el estudio del conocimiento filosófico, se enfrenta a diversas posturas y corrientes de pensamiento. Mas el compromiso existente en el estudiante de la filosofía es el de encontrar la verdad. Es así imperante el estudio y la entrega, ejercitar facultades, conocimientos y habilidades, calibrar el ejercicio intelectual para distinguir y enfatizar la verdad.

El aprendiz de filósofo debe tener un ejercicio crítico con los argumentos que llegan a él a través de alguna obra textual u oratoria. Le es preciso leer variedad de obras y pensadores para mejorar la profundidad y claridad de pensamiento y expresión, así como para enfatizar las verdades y denunciar los errores. Todo ello con el respeto y la cordialidad propia de quienes aman la Sabiduría.

A este ejercicio intelectual se le denomina discernimiento. Esto es, distinguir una cosa de otra, señalando las diferencias entre ellas, además de conceder y otorgar el valor y aprecio a lo verdadero.

Es pues, que el ejercicio del discernimiento es una actividad muy importante para el estudiante de filosofía; practicado junto a una sólida formación académica, el estudiante se debe aventurar a leer y conocer las diversas ramificaciones intelectuales que se han vertido en el desarrollo del conocimiento humano.
El aprecio a las diversas obras filosóficas es el campo de trabajo del intelectual que aspira a mejorar su desarrollo académico y a perfeccionar su ejercicio filosófico, ya que todo hombre por ser racionalmente imperfecto necesita hacer valoración de las ideas de quienes lo anteceden y también, claro, de sus contemporáneos. Este trabajo le hará fundamentar mejor sus conocimientos y su postura ante las diversas problemáticas que se presentan en la realidad.

No es una empresa perdida aquella que se lanza a la tarea de perfeccionar el conocimiento, pero debe tener una mira trascendente para tratar de entender lo esencial de las cosas. Por ello, la filosofía, el conocimiento de las cosas por sus causas, es el más noble de los saberes humanos. Y todo aquél que se sumerge en el mar filosófico tiende a uno de los fines más nobles de la naturaleza humana.
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26/7/09

Momentos de Poesia...

“La filosofía y la poesía cumplen una función humana igualmente liberadora: la sospecha de que el universo no se limita a ser lo que es. No hay por qué oponer −aunque las hayan opuesto− la filosofía a la poesía, porque en rigor no estamos ante actitudes antitéticas, sino complementarias y convergentes. Filosofía y poesía son dos actitudes igualmente legítimas, sin tener que condenar la filosofía a la poesía o la poesía a la filosofía”. Agustín Basave

Regresa a mi:
Por Hernán Manuel Chávez

¡Oh Iglesia, mi Iglesia! como me dueles Iglesia tu fin es orientar al hombre tu fin es alcanzarle a Dios ¿por qué te afanas entonces en buscar donde no estoy?
¡Oh Iglesia, mi Iglesia! de pastores descarriados olvidados del amor ¿por qué no buscas del hombre verdadera conversión?
¡Oh Iglesia, mi Iglesia! ¿te has olvidado de Dios? Él es quien te ha hecho una Santa, pura, Universal. Deja el sensacionalismo busca amar a la Verdad
¡Oh Iglesia, mi Iglesia! ¿piensas en modernidad? no te olvides que tu fuerza no viene de humanidad. Deja actuar en ti mi Espíritu no busques comodidad que los hombres necesitan estar en mí en unidad.
¡Oh Iglesia, mi Iglesia! tus pastores tantos son que buscan satisfacciones mutilando la razón. no quiero yo tus dineros pon en mí tu corazón entonces y sólo entonces me verás como tu Dios.

¿Qué es el hombre?:
Por Armando Escalante L. P.

Es el hombre palabra con que sella el Creador un largo ciclo que se inicia con el átomo y la estrella y culmina con el alma su periplo
El hombre es un proceso; resumen y semilla de ese sueño divino que es el mundo; un destello de luz que maravilla al propio Autor que es tan fecundo.
Minúsculo trayecto de un camino; no el final. Es un ángel su próximo destino, y al mismo tiempo ser abyecto que hace mal.
El hombre es un misterio: encerrado en la jaula del espacio mide todo en función de su criterio y hace así de una jaula su palacio.
¿Qué es el hombre, pues, que es tan singular? ¿Es un proceso? ¿Resumen y semilla? ¿Un destello de luz que maravilla? Algo hay de eso; más inclínome a pensar que es solo un beso de Dios sobre la arcilla.

El verdadero hombre:
Por Moisés del Cid

El verdadero hombre es aquel que sabe quien es, cuerpo-espíritu con autoconciencia y libertad. Con el cuerpo busca el alimento, con el alma busca la verdad.
El verdadero hombre es libre, porque tiene dominio de sí, no porque hace lo que quiere, sino hace lo que debe para el bien vivir.
Todo hombre tiene alma, todo ser tiene fin. Con la sabiduría llega la calma, con la virtud el pleno existir.
Bellas son las palabras, hermosas las intenciones son, pero más bellos son los actos, cuando se hacen con amor.
De nada sirve vivir, si no se sabe quien se es. De nada sirve el triunfar, Si no se ama lo que se es.
Son amigos el humilde y el virtuoso, el honesto y el servicial, del íntegro y laborioso, aquél que es fiel y leal. “Ama y haz lo que quieras”, vive y ayuda a vivir. Educa con el ejemplo, con tu pensar y tu sentir.
Si hubiera:
Por Siel

Si hubiera valorado mi cuerpo… Si hubiera aprendido que cubre a un ser humano con grandes capacidades. Si hubiera desarrollado sus funciones a plenitud. Si hubiera tomado conciencia de lo grandioso de su capacidad reproductiva. Si hubiera apreciado la formación de una nueva vida en mi ser. Si hubiera comprendido que esa vida es independiente y ajena a mi voluntad. Si hubiera respetado su espacio, aún cuando, éste, estuviera en mí. Si hubiera valorado mi cuerpo, el inicio de una vida en mí, me habría dignificado. Si hubiera valorado mi cuerpo, sabría que tendría su propia historia. Si hubiera valorado mi cuerpo, contemplaría con mi imaginación su maravilloso desarrollo para llegar a nacer. Si hubiera valorado mi cuerpo, comprendería que yo le serviría como un primer hogar. Si hubiera valorado mi cuerpo, lo habría cultivado sanamente para tal desarrollo. Si hubiera valorado mi cuerpo, conocerme como ser, me hubiese evitado caer en lo fatal. Si hubiera valorado mi cuerpo… hubiera valorado el suyo… Si hubiera valorado mi cuerpo…

25/7/09

"Memorables Reflexiones"

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"Cuando uno se dispone a realizar algo realmente grande, o ser simplemente competente, provoca que salga lo peor de la mediocridad del entorno”.
Lou Marinoff

“No llamo ciencia a los estudios solitarios de un hombre aislado. Sólo cuando un grupo de hombres, más o menos en intercomunicación, se ayudan y se estimulan unos a otros al comprender un conjunto particular de estudios como ningún extraño podría comprenderlos, [sólo entonces] llamo a su vida ciencia”.
C. S. Peirce

“Estoy persuadido de que no existe un escritor danés que trate con tanto cuidado la elección de la más insignificante palabra. Redacto dos veces todo lo que escribo y ciertos pasajes hasta tres o cuatro; en mis meditaciones durante mis paseos digo mis pensamientos en voz alta repetidas veces, antes de escribirlos, y vuelvo a mi hogar con el párrafo ya listo en mi mente, hasta el extremo que puedo recitarlo de memoria en forma estilizada”.
Soren Kierkegaard

“El hombre moderno no comprende hasta qué punto su “racionalismo” […] le ha dejado a merced del “infierno” psíquico. Se ha liberado a sí mismo de la “superstición” (o eso cree), pero con ello ha perdido sus valores espirituales hasta un extremo muy peligroso. Su tradición moral y espiritual se ha desintegrado, y ahora está pagando el precio de este fracaso con la desorientación y disociación en todo el mundo”.
Carl Jung

Los fundamentos filosóficos de la ilicitud del aborto. ©

Autor: Agustín Basave Fernández del Valle*
Fecha de publicación original: Julio 09, 2007.

*Doctor en Filosofía y en Derecho, Doctor Honoris Causa en Ciencias Humanas. Autor de más de 30 obras literarias en las áreas de Filosofía, Derecho, Literatura y Educación, las cuales se han traducido a siete idiomas, además fue Presidente Honorario Vitalicio de la Sociedad Mexicana de Filosofía.

1.- Fundamentos metafísico-antropológicos; 2.- Fundamentos éticos; 3.- Examen del problema del aborto a la luz de la filosofía moral.

1.-Fundamentos metafísico-antropológicos
Quisiera destacar y analizar determinados aspectos del aborto que, en la mayoría de los casos, suelen quedar en sordina. Empezaré por replantear cuál es la más radical condición del hombre y si el conjunto de argumentos para justificar todos o algunos de los casos de aborto están o no de acuerdo con la cabal naturaleza y dignidad del ser humano. La ausencia de fundamentos metafísico-antropológicos denotaría falta de hondura. El fundamento último de la dignidad humana hay que buscarlo en la peculiar y singularísima relación que une al hombre con el Ser fundamental y fundamentante, con la Suprema realidad irrespectiva. Un nexo de amor concluye y cierra la grandeza de ese ser concreto -único, hasta ahora, en el universo visible- que llamamos hombre.

“Alguien delante de Dios y para siempre”, como apuntaba Kierkegaard. Alguien que desde el mismo instante de su concepción en el seno materno estaba destinado a ser un eviterno interlocutor del amor divino. Alguien, persona humana actual –aunque tenga diferido el ejercicio normal de las facultades superiores del espíritu- en la conjunción del óvulo y esperma, que debiera ser sujeto y objeto de amor y no de técnica abortiva; porque es un ser humano, porque tiene derecho a la vida –con capacidad de goce aunque no de ejercicio de sus derechos- y porque carece de culpa personal por cualquier desmán, atropello, violación o problema de sus progenitores.

La dignidad del genituro no puede sacrificarse ni siquiera en el caso del aborto denominado terapéutico. Ante la vida humana nos situamos bajo el signo de respeto –porque nos ha sido dada-, y no de dominio o manipulación de una técnica alienada, demente, sin brújula ética.
La anulación óptica del amor a la persona que no sólo es, como se ha dicho en clásica definición, substancia individual de naturaleza racional, sino centro de amor e imputación amorosa, configura intrínsecamente el procedimiento técnico del aborto como un acto criminal que involucra a sujetos activos y a cómplices. El aborto ciega la vida del embrión o del feto, lesiona gravemente la dignidad y la honestidad de las personas que lo provocan y constituye una ofensa contra la índole personal del Ser supremo. El “ordo amoris”, único adecuado a la grandeza y dignidad de la persona, se ve reemplazado –de modo incondicional y absoluto- por la sinrazón de la técnica o tecnología asesina.

2.- Fundamentos éticos
La vida humana tiene una textura ética. No se trata de algo que se puede o no se puede tener, sino de que la existencia del hombre, antes de ser honesta o inhonesta, es moral. En este sentido, cabe hablar de la moral como estructura, antes que de la moral como contenido.

Las acciones humanas, para ser verdaderamente humanas, tienen que tener justificación. En tanto en cuanto el hombre prefiere la realidad buena, queda justificado. La justificación como ajustamiento a la realidad es lo que Zubiri llama la moral como estructura. La justificación como justicia (norma ética) es la moral como contenido. Personalmente pienso que la ética constituye un capítulo esencial de la Antropología Filosófica, puesto que el hombre tiene una dimensión ética constitutiva e insoslayable. La forma suprema de la moralidad “sub ratio” es la referencia al sentido último de la vida. La relación del hombre con su fin y la relación del acto con su objeto constituyen la doble relación de la moralidad. La sindéresis nos dicta lo que, en general, debemos hacer y lo que debemos omitir.

La conciencia aplica la regla general al caso concreto. Por eso se dice que la conciencia es la norma próxima de moralidad. Pero la conciencia debe estar informada por la ley natural. Porque la conciencia no dicta soberanamente la ley a sí misma, sino que se limita a aplicarla mejor o peor. ¿Cómo se determina entonces lo que es bueno y lo que es malo? Santo Tomás contesta a esta pregunta diciendo que por la ley natural. La Ley Natural es la participación de la ley eterna en la criatura racional. Cabe decir, en buena tesis, que la ley natural restringe la voluntad ilimitada y constituye, en consecuencia, un dictamen preceptivo. No es que funde el ser moral, sino que lo presupone. La realidad humana es constitutivamente moral. En rigor, un acto puede ser deshonesto, pero nunca inmoral. La ética tiene como objeto formal el estudio de los actos en cuanto buenos o malos; los hábitos en cuanto virtudes o vicios; las formas de vida desde el punto de vista moral y lo que a lo largo de la vida hemos querido y logrado o malogrado ser hasta el instante de la muerte. Bondad y malicia penden de la recta razón. Es preciso considerar el acto en su realidad plenaria.

La vida humana, haciéndose día a día, va configurando el ethos. Llevamos, cada uno de nosotros, el peso de la vida eterna configurada moralmente. Nuestras virtudes y nuestros vicios nos inclinan a unos actos o a otros, facilitan o dificultan la virtud. Lo importante, al final de cuentas, es lo que hemos hecho con nuestra vida y con la vida de los otros. El ethos sólo puede configurarse a través de los actos y los hábitos. El bien es la perfección del ente, lo que de un modo o de otro le conviene, le es debido. El mal es la imperfección del ente, la carencia de aquello que se le debe. La ética considera voliciones libres en su contextura moral, es decir, en cuanto están encaminadas a realizar el bien que engendra hombres honestos.

La vida es nuestra en cuanto la vivimos, la ejercemos, pero no es nuestra en cuanto nos viene dada. Ni yo ni los otros hacíamos falta. Estamos en la existencia por la amorosa voluntad de quien hace que haya vida. Nuestra vida es, en este sentido, una dádiva de amor que nos compromete a vivir amorosamente.

La vida se opone a la destrucción desde ella misma. Vive lo que se mueve inmanentemente, por sí mismo. El organismo vivo está más allá de las combinaciones posibles de las fuerzas físico-químicas. La existencia humana no es una colección de substancias específicas distintas, sino una especie completa a la vez corpórea, viviente, sensible y racional. El principio vital o alma reúne y organiza los elementos bio-químicos para la integración del cuerpo. Es principio de acción intrínseca. Como cuerpo, el hombre está sometido a las leyes cosmológicas (físicas, químicas, biológicas) y regido por ellas, pero como persona se autosomete a las leyes noológicas del espíritu (leyes lógicas, imperativos morales, constantes históricas). Tenemos conciencia de nuestra vida, experimentamos nuestra historia y nos afanamos por la plenitud subsistencial. El hombre, desde su primera hora, es una esperanza de ser más. Es el todo teológico del ser humano, nuestro cuerpo es escenario y campo de expresión del espíritu.

Hasta aquí un preámbulo necesario sobra la ética y sobre la estructura ideo-existencial del hombre –en apretada síntesis- que nos permitirá plantearnos el problema del aborto voluntario.

3.- Examen del problema del aborto a la luz de la filosofía moral
Todo ser, en cuanto es –afirma Baruch Spinosa en la tercera parte de su Ética- tiende a perseverar en su ser. Yo doy un paso más y siento como axioma, en la antropología filosófica, que todo ser humano en cuanto es, tiende a ser en plenitud. El embrión es persona y es vida humana en gestación y tiende a perseverar en su ser con un signo de plenitud. Mientras más profundizamos en la muerte, más advertimos su carácter de truncamiento en el sentido de que la vida tiende a seguir viviendo. La muerte es la disolución brutal de la unidad viviente. Es liquidación existencial. El óvulo fecundado por el esperma –semilla humana- es producto heterosexual con tendencia a perseverar y a alcanzar la plenitud humana. En el huevo humano o en el feto viable ya hay vida. Pueden advertirse operaciones nutricionales, metabolismo y autoteleología en cualquier embrión humano. Con la madre sólo está vinculado extrínsecamente. No cae decir que el huevo humano, o el feto, es un pedazo de la madre, una excrecencia o derivación de su cuerpo. Trátase de una individualidad nueva, de algo distinto al ser materno, con propio código genético. Los partidarios del aborto también fueron óvulos fecundados, y niños, y adolescentes antes de ser adultos.

Llámase aborto a la interrupción del embarazo antes de la viabilidad fetal con expulsión del producto heterosexual y sus membranas. Dejemos a un lado el aborto involuntario, debido a sus causas patológicas, que no interesa en el examen ético. Quedémonos con el aborto provocado, intencional, voluntario. No importa si se le llama terapéutico, profiláctico o eugenésico, lo que cuenta es la deliberada voluntad de provocarlo. Para no entretenernos demasiado en el análisis de estos tipos de aborto, bástenos decir que el aborto terapéutico encubre, la mayor parte de las veces, abortos innecesarios, y que las indicaciones médicas para abortar han desaparecido prácticamente como justificatorias. Resulta grotesco considerar al embrión o al feto como un enemigo de la madre, que es preciso asesinar.

Tampoco cabe matar –aborto eugenésico- por defectos somáticos o psíquicos transmisibles hereditariamente. El asesinato es asesinato lo mismo si se comente en un ser normal o un ser defectuoso. Se habla también del aborto “por razones éticas o sentimentales” –desafortunadamente terminología utilizada por Jiménez de Azúa- para justificar el que la mujer comete para interrumpir un embarazo que no fue de su agrado (violación).
Históricamente el aborto ha sido combatido, la mayoría de las veces, aún en los casos de rapto, violación, incesto, honor personal. El Código de Hammurabi castigaba el aborto con sanciones económicas y, en ciertos casos, hasta con la muerte. Asirios y babilonios promulgaron leyes análogas a las de los hititas. Los egipcios protegieron el embrión humano. La literatura de los vedas, en la India, el Código de Manú y el Zend-Avesta, en Persia, condenaron enérgicamente el aborto. Licurgo, el legislador espartano, consideraba detestable a la mujer que abortaba.

Hipócrates condenó, por igual, los anticonceptivos y el aborto. El Derecho Romano en la época de decadencia del Imperio, permitió el aborto pero, posteriormente, se reacciona y se califica el aborto como hecho indigno y dañino para la sociedad. El cristianismo siempre ha condenado el aborto en cualquier momento del desarrollo del producto. La animación del huevo humano, como justamente advertía San Basilio, es inmediata. A partir de la Segunda Guerra Mundial, la escalada mundial para legalizar el aborto es un síntoma de hedonismo y de la aguda crisis moral que padece la humanidad de nuestros días. La norma “no matarás” es una norma de Derecho Natural. Quiero decir que es una norma cognoscible por la sola razón natural del hombre y congruente con su cabal naturaleza individual y social. Norma evidente, suprema, inderogable. El aborto absolutamente libre y a simple pedido es intrínsecamente malo por constituir un asesinato.

Esta lacra social no puede ser justificada jamás. Si se nos quiere hacer creer que matar es una práctica moralmente lícita, en el caso del aborto, como supuesto derecho de autodeterminación de la mujer, habría que abdicar de las pautas morales y de la humanitas misma. Es feto es un ser vivo homonizado. Ni la madre ni nadie puede ostentarse como dueño o propietario de ese ser vivo homonizado. Matar al embrión o al feto no es disponer libremente del propio cuerpo. Porque el cuerpo de la mujer sólo es albergue, lugar donde se desarrolla el producto de la concepción. No hay derecho a disponer de vidas ajenas, como no hay derecho a quitarse la propia.

La moral y Derecho Natural protegen toda clase de bienes. Si se protegen los animales y las semillas de cereal, ¿por qué no habrá de protegerse la semilla humana? “¿Bajo qué escala de valores nos deberíamos de colocar –pregunta Eugenio Trueba Olivares- para aprobar el aborto, so pretexto de que el huevo humano no vale nada por constituir sólo una indeseada protuberancia de la mujer? Por otra parte, es falso que la persona tenga irrestrictas facultades de disposición sobre sí misma o sobre sus partes. Lícitamente nadie debe causarse daño a sí mismo y la mutilación está también prohibida. De suerte que el argumento que analizamos tampoco vale por estos motivos, además de que nadie podrá aceptar que la madre que aborta se mutila, lo cual es otra prueba de que un hijo en formación no constituye realmente parte de su cuerpo”(1). La repulsión misma a ser madre no puede ser causa moralmente justificada para destruir a un ser vivo. Un ser vivo que tiene derecho a vivir aunque no haya pedido su existencia, un ser vivo que la insobornable naturaleza ha confiado al seno materno, un ser vivo cuya vida no puede quedar sujeta a nuestro arbitrio o a nuestro capricho. La bondad o la maldad del aborto no dependen de eventuales o cambiantes deseos, ni de circunstancias ni situaciones.

La sacralidad de la vida humana está más allá de la pura decisión personal. La voluntad no es la fuente de la normatividad. Los valores no dependen de la fantasía ni del deseo. Y el crimen produce caos, ulcera la vida de convivencia, introduce el caos y el remordimiento.
Ser pobre no es un delito. La pobreza es indeseable, pero no lo es el que la sufre. No puede matarse a un ser indefenso, so pretexto de la pobreza. Toda vida, en cuanto ser en acto, es en sí misma un bien, aunque tenga que enfrentarse a no escasas dificultades para su cabal cumplimiento. Matar a un feto por temor a las condiciones futuras de vida es asesinar una riqueza vital henchida de posibilidades. O respetamos la vida desde que es vida, esto es, desde el embrión, o la matamos antes de que abandone el útero materno o después. Ciertamente un hijo puede ser fuente de preocupaciones, pero también genera los más íntimos goces, las más hondas ternuras, la más noble adhesión y la más indestructible solidaridad. El nacimiento de un hijo no se mide por criterios utilitarios. Tampoco se puede matar a un hijo por una mal entendida compasión. No son las clases pobres las que más recurren al aborto, según indican las estadísticas, sino las clases media y económicamente fuerte.

Se suele argumentar –torpe argumento- que es preciso admitir la licitud del aborto cuando se tiene la conciencia de la importancia del niño en la sociedad. “¿De cuál niño si se le ha impedido nacer? ¿Las mujeres que no abortan y que permiten que su hijo nazca, son las que han creado conciencia de su importancia?”(2). Gobiernos moralmente poco escrupulosos levantan la prohibición legal del aborto en aras de la profilaxis y para evitar la clandestinidad. Se habla, en tono dogmático, de la “fuerza de los hechos”. Pero bien sabemos que la conducta ilícita no deroga la norma, que la pretendida “fuerza de los hechos” no puede transformar lo malo en bueno, que el asesinato no deja de serlo por su grado de facticidad. Una vida vale por lo que intrínsecamente es y no por la voluntad de los padres, de los médicos o de los legisladores. La exigencia normativa del precepto “No matarás” no cesa porque se establezcan clínicas higiénicas o sucias clínicas clandestinas. Aunque haya millones de abortos nunca habrá, razonablemente, millones de motivos para seguir asesinando. Todos los abortos habidos y por haber no derogan las normas morales. Todos los días se cometen delitos de homicidio, de robo, de fraude y a nadie se le ocurre derogar las normas penales que los proscriben. Si se llama la “fuerza de los hechos” a la industria del aborto en algunos países, no habrá diferencia entre la sociedad humana y la selva. Acaso en la selva habría mayor fidelidad a la naturaleza, porque nunca encontramos abortos inducidos en las hembras.

El aborto ha cobrado más víctimas que la guerra, a decir del doctor Seymour Kurtz. Los horrores de la industria del aborto son descritos, de manera patética, por Michael Litchefield y Susan Kentish, en un estudio intitulado “Niños a la Hoguera”. He aquí un significativo texto: “La clínica es como un matadero. Las jóvenes son colocadas en filas y se les hace abortar una tras otra, en forma de que ven y oyen lo que les están haciendo a las que las preceden en la cola… Los médicos y las enfermeras se mueven en un charco de sangre que salpica hasta las paredes. A los fetos, niños en miniatura, se les deja caer al suelo desde el vientre de la madre. Nadie los recoge y las que vienen atrás pueden contemplar las consecuencias de tal carnicería. Sólo cuando llega la noche se procede a limpiar la sala. Para entonces, toda ella está cubierta de sangre y de fetos. Luego se deshacen de ellos quemándolos”(3). ¿Es el aborto en sí mismo algo positivo y bueno? Jamás he encontrado la afirmación de la bondad intrínseca del aborto, que equivaldría a la bondad intrínseca del asesinato, ni siquiera en los que piden su legalización.

Vivimos en épocas de crisis. Hemos perdido, en buena parte, el sentido crítico, el ejercicio lógico, y nos hemos desmoralizado radicalmente. En medio de una sociedad hedonista, blandengue, pragmática, egoísta, se presenta un desquiciamiento de las costumbres, un desenfreno de tipo sexual, una justificación de las debilidades humanas, una obsesión grotesca del sexo y una práctica cotidiana de la violencia. Por eso se habla de la “insurgencia”, del “salvaje innoble”, del “simio en calzones”, como lo llama Duncan Williams. No sólo estamos dilapidando el legado moral y cultural, ladrillo por ladrillo, sino que estamos tratando de justificar la destrucción. No es el hombre el que debe estar sujeto al instinto sexual, sino el instinto sexual es el que debe estar sujeto al hombre. Por algo Scheler denominó al ser humano como “el único animal asceta de la vida”. El único que le dice “No” a la naturaleza. Y no es que tratemos de satanizar el sexo, sino tan sólo de ponerlo al servicio del amor personal. No es de extrañarse que en una civilización radicalmente hedonista, sensualista y sexualista cunda el aborto y se multipliquen las pretendidas justificaciones. El tráfico hedonista egolátrico y del erotismo degenerado hace sus víctimas, pero no deroga los imperativos morales. Ni el placer, ni el deber por el deber, sino el placer y el deber por la persona y para la persona cara a su último fin.

Desde su alto sitial, Paulo VI expresó en la Encíclica Populorum Progressio: “Muchas naciones económicamente más pobres, pero más ricas en sabiduría, pueden prestar a las demás una extraordinaria utilidad. Mientras contengan verdaderos valores humanos, sería un grave error sacarificarlos a aquellas otras. Un pueblo que lo permitiera y con ello lo mejor de sí mismo, sacrificaría para vivir sus razones de vivir”. Los pueblos hispanoluso-hablantes aún atesoramos valores y sabiduría vital que podemos ofrecer, sin sospechas de ambiciones hegemónicas de poder, a otros pueblos. Es hora de que animemos la conciencia axiológica de los nuestros y de quienes pertenecen a otras culturas pero tienen una misma igualdad esencial de naturaleza, de origen y de destino.

La muerte de un ser humano inocente no puede justificarse jamás ante la religión, ante la ética, y ante el Derecho natural. En la fecha en que se conmemora el día de los santos inocentes asesinados por órdenes de Herodes, Juan Pablo II quiso fustigar las prácticas abortivas hablando a 600 médicos italianos que se han negado a realizarlas pese a la ley que las autoriza: “Quiero expresar mi sincera admiración –dijo el Sumo Pontífice en su alocución del 28 de diciembre de 1978- por todos los saludables esfuerzos que, siguiendo los dictados de sus conciencias, realizan los médicos, resistiendo diariamente las tentaciones, las presiones, las amenazas y también la violencia física, para no mancar a través de su comportamiento, en alguna forma dañina, el bien sagrado que es la vida humana”.

El derecho a la vida es anterior y superior a cualesquiera leyes positivas. La vida no es un fin en sí, sino una misión, un don condicionado. En consecuencia, no podemos segarla ni truncarla a nuestro arbitrio. La vida vale por su capacidad de entrega, de sacrificio, de servicio a bienes superiores. El derecho a la vida es el derecho a mantener y desarrollar nuestra existencia y a respetar el derecho a la vida de los demás. La muerte ocasionada directamente al huevo humano o al feto, por decisión personal, constituye un claro ataque y negación del derecho a la vida. Ese nuevo ser que está gestándose, en el seno materno no nos pertenece. El dueño supremo de ese ser no es el hombre, sino el Ser fundamental y fundamentante, la Suprema Realidad irrespectiva, Dios. La licitud del aborto implicaría un derecho sobre la vida ajena completamente arbitrario. Acarrearía la descomposición social y moral, con la consiguiente negación de toda vida que ajuste a pautas racionales. El feticidio, la embriotomía y el aborto directamente provocado implica un homicidio anticipado –si el feto es aún inanimado- o un homicidio actual, porque la vida comenzó en el claustro materno.

Quienes provocan el aborto a la mujer que se haya en estado de gravidez, con sus malos tratos, o quienes le exigen a esa mujer un trabajo o esfuerzo excesivo, no están exentos de culpa. Resulta lícito administrar a la madre un remedio directamente curativo, en caso de necesidad, aunque ese remedio pudiera ser indirectamente nocivo para el feto. Lo que no autoriza la moral es provocar directamente el aborto ni practicar la craneotomía.

Es fundamento del respeto a la vida se haya en la moral natural. Ese fundamento es el soberano dominio de Dios, nuestro carácter de criaturas. Como criaturas recibimos la vida para realizar una misión personal, incanjeable, intransferible. El perfeccionamiento singular de cada persona está ligado al perfeccionamiento del género humano, el hombre debe luchar por su supervivencia y por la supervivencia de los otros para realizar su misión. Si el hombre no es el autor de la misión, tampoco es dueño de truncar su término. La vida debemos aceptarla por todo el tiempo que nos la deje el orden natural. En ese orden natural actúa y manifiesta su voluntad el Ser fundamental y fundamentante.

Hagamos votos porque se forme una conciencia universal en torno al aborto como uno de los mayores crímenes contra la humanidad. Esperemos que la comunidad internacional tipifique alguna vez ese delito como de carácter interestatal. Mientras no se borre ese homicidio de inocentes de las conciencias y de las leyes, no podrá haber paz genuina ni justicia completa.
¡Bienaventurados los constructores de la vida, los que salvan su conciencia o con su consejo otras vidas, los que exaltan lo sagrado que hay en la criatura marcada con el sello de un alma inmortal! La paternidad responsable es el camino que salvaguarda la dignidad de la vida humana.

Contrarrestemos la marea de sangre provocada por las naciones que han decretado la licitud del aborto, con la apasionada defensa de la maravillosa, varia y cautivante hermosura de la vida humana. Esa vida que fue creada, como lo advierte el genio colosal de San Agustín, “para que conociera el Sumo Bien, y conociéndolo, lo amara, y amándolo, lo poseyera, y poseyéndolo, lo gozara”. Cada criatura humana es un Alter ego que merece nuestro respeto y suscita nuestro amor. Resguardar vidas en este status viatoris, camino hacia nuestro status comprehensoris, es un singular privilegio del hombre.

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Decidi publicar sobre uno de los ejemplos vivientes que motivan, dia con dia, las nuevas generaciones de Filosofos. Ardua labor, gran honor. (José Ángel M.G)

23/7/09

"Michael Jackson y la autoconstrucción"

Escrito y publicado por: José Ángel M.G.


Una forma más elaborada intelectualmente, ha sido propuesta por Heidegger: La libertad de escogerse a sí mismo.

Michael Jackson, una muerte anunciada. Se sientan unos precedentes y se siguen los consecuentes, casi como un teorema matemático. Era un modelo de transgresión, de independencia y de absoluta falta de control. Era, dentro de la música pop, un “number one”.

En estos días los partidarios del arco iris están de fiesta y esta coincidencia, permite también considerar el gran tema de la construcción de la propia vida que, de algún modo, en la especie humana siempre es autoconstrucción o no es nada. Comprendo que la gente “sensata” y “normal” pase de estos temas e incluso los huya. Sin embargo, vale la pena que en estos días, de muerte y autodestrucción, planteemos lo que significa el trabajo de la propia autoconstrucción. Todos tenemos, probablemente en el cerebro, unas cuantas tribus de demonios que pugnan por salir y abrir las ventanas y saltar a la calle. Son nuestras raíces genéticas. En la juventud se suele pensar que ese deseo irracional de infinito que tan bien supieron expresar los románticos, son «nuestra identidad». Somos lo que sentimos y las normas sociales convencionales, aparecen como «lo que se nos impone».

Si somos lo que sentimos y se nos impone lo que no sentimos, la reacción elemental, es en primer lugar, denunciar la hipocresía de la sociedad cuyos componentes, imponen a los demás, unas reglas de conducta que ellos mismos «no sienten». Desde Rousseau y Sade, se ha resaltado esa hipocresía social, la defensa del corazón y del instinto salvaje. Otras formas posteriores de lo mismo, son la voluntad de poder, la crítica al asno o a la oveja, modelos cristianos, según unos u otros cánones de referencia. Una forma más elaborada intelectualmente, ha sido propuesta por Heidegger: La libertad de escogerse a sí mismo. El arte, el arcoiris, la transgresión y la autodestrucción, han ido de la mano y se nos ofrecen estos días en la pasarela por la que desfilan los titulares de periódicos y telediarios. Bien, veamos.

El mono más sabio, como el pez más inteligente, tienen una capacidad craneal de 500 cc, es decir, la tercera parte de la que tiene el ser humano. Estos detalles no son decorativos o estéticos sino determinantes del sentir y del comprender. El programa genético de estos amables animales está muy determinado y apenas deja márgenes de indeterminación. No son robots porque son sistemas biológicos. Si tienen hambre, comen, si tienen sueño, duermen y si ven una hembra, se aparean. Por hacer «lo que les sale de dentro», ninguno de ellos se vuelve loco. Están hechos, fundamentalmente su código y su estructura cerebral, para esa función. Al “funcionar”, según lo programado, son felices y sabemos que lo son porque eso es algo que se ve en la cara de los animales y también de las personas.

Los hombres y las mujeres, cada uno y una en su caso, tiene un cerebro mucho más complejo, con mayor número de neuronas y con un sistema de transmisión de señales eléctricas con mayor número y calidad de dendritas y de sinapsis, o sea, de contactos entre neuronas. Las áreas asociativas del cerebro están muy desarrolladas y se agolpan en la zona occipital. El resultado es bien sencillo: Los seres humanos estamos hechos, no para responder inmediatamente al estímulo del medio o para vivir siguiendo fielmente la pulsión instintiva sino «para que nos lo pensemos antes de actuar». Somos así ¡qué le vamos a hacer!. No vamos a culpar a nadie de que seamos tan inteligentes.

A cuentas de todo esto, un ser humano no tiene el futuro predeterminado: «yo soy así, no tengo remedio», no tenemos genéticamente “espíritu de gafe” sino que toda nuestra estructura biológica está hecha para hacer posible que construyamos una historia, un argumento, nuestra vida. La especie humana no tiene el futuro hecho sino que tiene que producirlo.

Puede observarse que los animales se repiten siguiendo su metabolismo, los ciclos biológicos y los ritmos que les marcan las estaciones del año, el cambio noche-día y los procesos naturales de crecimiento y envejecimiento. Ninguna especie animal tiene historia, porque es incapaz de cambio, de rectificación, de proyecto y de autoconstrucción. La razón de todo esto no nos la dan los predicadores o los visionarios sino la neurociencia y el sentido común que de ella se deriva.
Tenéis razón, cada uno debe elegir su propia identidad, pero eso en ningún caso es seguir las pulsiones del instinto, las tradiciones biológicas, el pasado de nuestra especie que presiona.

Estar hechos para pensar significa que todos los datos que nos proporciona la biología (y la sociedad) son “materiales” a tener en cuenta en nuestro proyecto personal. Tendremos que plantearnos lo que queremos ser, pero decidamos lo que sea, siempre será, dicho en términos fáciles, un levantar la vertical por encima de la horizontal.

No es complicado entender que la biología tira a lo fácil y que lo fácil es lo cómodo, lo que no cuesta trabajo. Lo que cuesta es levantarse, izar el camino de la vertical. La diferencia entre hombre y animal es ésta: el animal sestea, el hombre trabaja. Ese trabajo debe ser lo más creativo posible lo que significa lo más innovador, lo más inteligente. El coste ineludible de la libertad está bien claro: pensar y trabajar. En esas coordenadas los instintos, los sentimientos y las imágenes se reestructuran al servicio del propio proyecto y de la propia historia. El pasado humano tiene la función de hacer futuro.

Es entonces que el hombre se siente feliz porque está desempeñando, más o menos bien, aquello para lo que está hecho. En cuanto siente nostalgia de la selva o de la pradera, en cuanto se levanta de la siesta, tiene que acallar dentro de sí, un vacío infinito. Y lo acalla con todo lo que ayuda a dormir. También precisa, pues, al fin y al cabo es racional, legitimar su opción argumentando que es auténtico, que ha hecho la opción fundamental por lo que siente. Es decir que teniendo 1500 cc. de capacidad craneal, opta por conformarse con 500 cc. La diferencia entre ambas capacidades define las dimensiones del vacío interior resultante.